jueves, 26 de noviembre de 2009

V tema - Las Imágenes


V TEMA

LAS IMÁGENES


Una vez muerto y resucitado Jesucristo, los primeros cristianos evitaron representarlo en forma humana. Se utilizó, entonces, el recurso de los símbolos y letras, sobre todo del alfabeto griego. El primero fue llamado “monograma” compuesto por las letras griegas  “X” y ”P”, que para nosotros sería algo así como una “J” y una “R”. Las dos letras significaban el nombre de “Cristo”; y a veces se unía el monograma a otras dos letras, Alfa (A) y omega (Ω), que eran la primera y la última letra del alfabeto griego y significaba “Cristo es el principio y el fin”. Luego de manera ingeniosa, se representó la persona de Jesús con el dibujo de un pez, pues en griego esta es una palabra compuesta de cinco letras que, si separan, permiten un juego de palabras correspondidas en sus iniciales con una frase. Y el juego de palabras decía: “Jesús, Hijo de Dios Salvador”. Otra figura cristiana interesante es el “ancla”, signo de salvación, por lo tanto signo de Cristo.







EL COMIENZO DEL PROBLEMA


El 25 de marzo del año 117 subió al trono el Emperador Soldado León III Isáurico después de haber defendido Constantinopla de los ataques árabes. Demostró ante el Papa del momento, San Gregorio II (715-731), su supuesta fe ortodoxa. Aparentemente las relaciones entre el papado y el Emperador eran buenas. León, invistiéndose él mismo como “gran sacerdote”, para uniformar la fe en el Imperio, decidió que los judíos debían convertirse al cristianismo. El obstáculo estuvo precisamente en la cuestión de la veneración de las imágenes. En 723 el califa Jesid publicó un edicto en el cual se ordenaba que fueran quitadas las imágenes de las iglesias romanas de su jurisdicción y León pensó que, imitando la medida, se iba a resolver el problema de la conversión de los hebreos e iba a mejorar la relación con el mundo árabe.


Un obispo llamado Constantino preocupado porque la veneración de las imágenes de Cristo fuese una evocación de errores antiguos, animó a la autoridad civil para que se procediese contra la veneración de todo tipo de imagen. León vio en ello la ocasión propicia para sumar puntos en el campo político. Así fue como en 726, emitió un decreto que, al parecer, no iba propiamente contra la veneración de las imágenes (iconoclasia) ya presentes en los lugares de culto, sino que buscaba poner freno  a las mismas fuera de esos lugares, dejando todo la discreción de los obispos, y como ejemplo, quitó de Constantinopla una imagen de Cristo que se encontraba en la puerta de bronce del palacio imperial que el pueblo tenía como milagrosa, y en su lugar colocó una imagen de la cruz; pero a todo esto, el pueblo reaccionó inmediatamente.


El Patriarca de Constantinopla, Germano, se negó a firmar el decreto, por lo que el Emperador tuvo que recurrir directamente al Papa, pero este, debidamente informado por el Patriarca acerca del problema, convocó un Concilio en el cual rechazó el edicto y se aprobó la veneración de las imágenes. Con una Bula (documento pontificio relativo a materia de fe) posterior negó el decreto al Emperador de emitir opiniones en materia de fe. León respondió con otros decretos y amenazó al Papa con destruirlo sino obedecía. Fue cuando el Papa envió una serie de cartas pastorales a los obispos italianos, los cuales se unieron para apoyarlo en la batalla. León intentó de resolver la cosa encargando a funcionarios imperiales presentes en Roma el asesinato del Papa. Pero el atentado fue frustrado. El Papan, en una carta entre 726 y 730, había escrito directamente al Emperador: “Nosotros no consideramos a las imágenes como si fueran dioses. Nosotros no ponemos sobre ellas nuestra esperanza… a través de ellas elevamos oraciones a la persona que representan”.


Mucha confusión e indignación había causado el edicto. Algunos cristianos fanáticos dejaron de venerar convenientemente las imágenes sagradas para caer en una verdadera adoración de las mismas. Contemporáneamente, otros cristianos se dieron cuenta de la triste situación y temían que el cristianismo cayera en una religión idólatra. Nació así un movimiento  que se opuso a la representación de lo divino, al menos en forma humana. Estos encontraron apoyo en pueblos vecinos no cercanos, como los judíos y los árabes, pero sobre todo en los heréticos (nestorianos). Los judíos aprovecharon el momento para acusar a la Iglesia y para aliarse a los árabes en esta causa.


Eusebio de Cesarea (340) opinó que era pagano alzar estatuas de Cristo y cuadro de los Apóstoles. En 599, Sereno, obispo Marsiglia, ordenó la destrucción de todas las estatuas sagradas de la ciudad, pero fue reprobado por el Papa  Gregorio Magno. En la carta que le mando al obispo en el año 600: “Aprobamos que hayas prohibido adorar  las imágenes, pero no que la hayas roto. Porque una cosa es adorar una pintura y otra es aprender, a través de la imagen, a quien se debe adorar… en las imágenes aprenden quienes no conocen el alfabeto… la pintura para el pueblo está por la lectura… no prohíbas hacer imágenes, prohíbe más bien adorarlas.


El Concilio de Nicea II (786) declara que los cristianos no testimonian su respeto a pedazos de madera y a los colores, sino a aquellos que están representados en las imágenes y llevan su nombre. En la cuarta sesión el Patriarca de Constantinopla, Tarasio, hizo la siguiente afirmación: “El Antiguo Testamento ya tenía sus divinos símbolos, por ejemplo, los querubines, y de allí a pasaron al Nuevo Testamento. Los querubines extendían su sombra sobre el trono de la gracia; por lo tanto, también nosotros debemos tener los íconos de Cristo, de María la Madre de Dios y de los Santos, los cuales protegen con su sombra nuestro de gracia, es decir, el altar.
  


LA DOCTRINA CATÓLICA 


La acusación dirigida a los cristianos de adorar imágenes es infundada. La cuestión de la iconoclasia terminó en el año 843, pero luego retomó nueva forma, aunque menos violenta, con el Protestantismo hasta el día de hoy, donde diversas religiones y sectas se ensañan en contra de la Iglesia Católica por la tradición milenaria de la veneración a las imágenes cristianas. Y es precisamente en los términos conceptuales donde debemos continuar la lucha y defensa de las mismas.


Efectivamente debemos repetir una y otra vez que ningún cristiano debe adorar imágenes. Nosotros no adoramos imágenes, sino que la veneramos. La Iglesia nunca ha invitado a adorar imágenes, sino a venerarlas. El cristiano que adore imágenes o que piense que la imagen de yeso o de madera le va a hacer un milagro es un idolatra, y la idolatría es una abominación a los ojos de Dios. En el pasado esta actitud desviada de algunos cristianos hizo que se afirmara en sus convicciones los iconoclastas. En el medioevo, como se dijo anteriormente, la depravación fue tan grande que hubo gente que se robaba las hostias sagradas, las trituraban y las mezclaban con arcilla o yeso y se hacía una “imagen sagrada”. ¡Nada más lejos de la piedad!.


La palabra veneración significa respetar, mientras que adorar significa reconocer que Dios es el Ser Supremo y, como tal, servirlo y amarlo. Sin repetir la doctrina clarísima y antigua de Damasceno, podemos decir que la imagen nos ayuda a fijar la atención en la oración y a frenar la fantasía. Negar esta realidad sería algo así como separar nuestro cuerpo de nuestro espíritu, cosa que adviene solo con la muerte. En nuestra relación con Dios no podemos separarnos de nuestro cuerpo, como muchos desearían, pensando que así van a tener un contacto más íntimo con él; pero se engañan a sí mismos. A través de la imagen, pues, nos comunicamos con la persona que ella representa.


Sin embargo, antes de argumentar con pasajes bíblicos, es bueno responder a una observación que hacen incluso algunos cristianos católicos. Se trata de la cuestión de la adoración de la Cruz durante la Semana Santa. Es en realidad un rito de ostensión y exaltación que deriva de la antigua liturgia de Jerusalén y este rito está atestiguado por un monumento que se encontró en 1938 en Herculano y que tiene como fecha máxima el año 79 d.C.: A los pies de una cruz se encontró carbonizado un reclinatorio (lugar para arrodillarse). Ese rito de la Cruz se da porque en ese pedazo de madera, impregnado con la sangre de Cristo, fue en seguida considerado por los cristianos como símbolo redentor, por la tanto, se trata de una “adoración relativa” con respecto al Hijo de Dios que está muriendo sobre ella.


El caballo de batalla de los Protestantes es el libro del Éxodo: “No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postraras ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian” (Éx 20, 4-5). Aunque se podría citar un gran números de textos que van en esta línea; pero en el mismo libro Dios manda a Moisés que haga dos querubines de oro para colocarlo sobre el arca de madera (Éx 25, 18-22); entonces en el lugar de adoración a Dios hay dos imágenes mandadas hacer por el mismísimo Dios. Otras informaciones acerca de los querubines que deben adornar el Templo Santo se encuentra en 1 Re 6, 23-30.


El libro de los números (21, 4-9) el mismo Dios manda a hacer una imagen de la serpiente y colocarla sobre un palo. Los israelitas habían sido victimas de mordeduras de serpiente y “todo aquel que miraba la imagen se salvaba”. Y el evangelista Juan  retoma la figura para indicar una realidad de salvación: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado  el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3, 14-15). Siguiendo el paralelismo del evangelista, como Moisés presentó la imagen para que la gente no muriera, así también, mirando la imagen de Cristo crucificado en la Cruz, promuevo la fe que salva para la vida eterna.


En Josué (5, 13-15), Josué se encontró con un hombre en pie y una espada desvainada. Preguntó si era de su ejército o del contrario y el hombre le respondió que era el jefe del ejército de Yahvé. Ante tal respuesta Josué cayó en tierra y se postró y dijo: “¿Qué dice el Señor a su servidor?”. Entonces, venerar a una persona que viene en nombre de Dios no constituye una violación a la ley divina. Otro texto similar es Tobías 12, 15-16, donde ante la presencia de Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor, los presentes caen con sus rostros en tierras.


Así que, si hay una duda para no creer en imágenes porque Dios las prohibió, , la Iglesia invita a no leer solamente los primeros textos del Éxodo en su Decálogo, donde el pueblo no había entendido todavía  la diferencia entre la imagen y la persona; acérquese a los textos que hemos propuesto para que pueda ver que la imagen no es la persona, sino que la representa. Si la imagen representa a una persona que ha vivido según la perfección que quiere Dios, entonces ese santo se convierte en verdadero intercesor ante el Todopoderoso. Intercesor y no hacedor de milagros, pues solo Dios tiene todo en sus manos. Por esta razón, se les pide a dejar de usar expresiones como “el Santo tal o la Virgen me hizo un milagro”, pues es incorrecto a tribuir a los demás lo que solo Dios puede hacer. La expresión correcta es: “El Santo o la Virgen intercedieron ante Dios para que ÉL me hiciera el milagro.




“la imagen de Cristo se venera
en cuanto al que es Dios encarnado.
Honramos a la Madre de Dios porque es
realmente y en primer lugar la Madre de Dios.
Honramos a los Apóstoles porque son
los hermanos del Señor y lo han visto.
Honramos a los mártires porque
han bebido de su cáliz
y han sido bautizados
con el bautismo de su muerte”.
Juan Damasceno



No hay comentarios:

Publicar un comentario